jueves, 21 de abril de 2011

Tengo el recuerdo de cuando era chiquita & caminaba por la calle con mi mamá y veía algún tipo de escalón & lo primero que hacía era subirme. Pero no seguía hasta que mamá me daba la mano. Caminaba, sabiendo que es diversión & tranquilidad de estar de su mano iba a tener un final. Pero en realidad nunca quería terminar de asimilarlo, aceptarlo, entenderlom porque si no no lo disfrutaba tanto. Si en algún momento mamá me soltaba, me caia y volvia a empezar, de su mano nuevamente. Nunca perdía confianza, nunca, por más que me haya soltado más de una vez. Y cuando finalmente llegaba al final, lloraba. Quería volver a empezar ese camino, pero esta vez si lo había terminado, no había perdido, pero en realidad había perdido mucho. Entonces cada vez que me subía a un nuevo escalón decidía asomarme por el costado para asegurarme que sea largo y duradero, si no me bajaba. Porque la felicidad por un rato no sirve, es más el sufrimiento de un final que lo que se disfruta en ese corto tramo. Sea como sea, a veces mis ojos me engañaban, y veía un escalón larguísimo, caminaba despacito, despacito, para disfrutarlo más. Y cada vez me agarraba más fuerte de mamá.
Sólo puedo relacionarlo con algo del presente: esa mano con la que me sostengo sos vos, ese escalón es nuestra relación, & ese llanto infantil es ahora un llanto adoloscente...

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